lunes, 25 de julio de 2016

Cruzando un puente lleno de historias y misterios

"Tenía ganas de hacer el amor con Praga; sólo con los ojos, de la misma manera que cuando miramos a una mujer, enamorados, desde el cabello hasta los pies. En aquel caso, desde el Castillo hasta el campanario de San Procopio de Zizkov, difuminado en la niebla blanca." Toda La Belleza Del Mundo. Jaroslav Seifert.

Con toda la belleza acumulada todavía fresca en la retina, se hace muy difícil empezar. Praga impacta, y mucho. La han llamado Praga la dorada, Roma del Norte, Corazón de Europa y sea cual sea el sobrenombre, seguro que ninguno le hará justicia.

Cuando algo se hace difícil, lo mejor es empezar por el principio. Aterrizamos en el aeropuerto Vaclav Havel pocos minutos después de las 10 de la mañana de un caluroso lunes de finales de junio.

Sin ninguna corona checa en el bolsillo, el primer reto es conseguir llegar a la ciudad de una forma sencilla y barata. Fácil, muy fácil, sobre todo si cuentas con la inestimable ayuda de Janek, un simpático joven checo que en su canal de youtube va publicando pequeños vídeos, ninguno de más de cinco minutos, con guías y consejos para hacer mucho más fácil tu visita a Praga.

Siguiendo su consejo, nos dirigimos a la salida D frente a la cual se encuentra la parada del autobús 112 que nos llevará al centro de la ciudad. En la misma parada hay tres máquinas para sacar el billete, dos pequeñas y una grande. Es la grande la que permite pagar con tarjeta de crédito. Seleccionamos el inglés (a no ser que sepamos checo) y compramos el billete de cuatro zonas y 90 minutos que nos costará 32 coronas checas, poco más de un euro.

En unos 15-20 minutos llegaremos a Nádrazi Veleslavín donde bajaremos (nosotros y mucha otra gente con maletas) para tomar la línea A del metro en dirección Depo Hostivar –por supuesto con el mismo billete- hasta Mustek, que es la parada del centro de Praga y también la más próxima a nuestro hotel.

Poco más de 30 minutos después de dejar el aeropuerto nos encontramos ya a la puerta de nuestro hotel. Se trata del Jungmann, un pequeño establecimiento –tan solo 12 habitaciones- perfectamente situado en la encrucijada entre la ciudad vieja y la ciudad nueva, justo al inicio de la plaza Wenceslao.

El hotel tiene excelentes críticas tanto en Booking como en Tripadvisor, y la verdad, son merecidas, no defrauda. Una ubicación excelente, una habitación limpia, cómoda, espaciosa y silenciosa, un personal atento y colaborador y un desayuno estupendo, lo hacen altamente recomendable.

Una vez descargado el equipaje en la habitación, nos dirigimos a cambiar moneda. Vamos a la oficina de cambio EXCHANGE, situada en el cruce de las calles Kaprova y Maiselova.

Es la recomendación tanto de Janek como la mayoritaria del Foro de los Viajeros. Vamos con el cupón de promoción que nos garantiza un mejor cambio.

Ya con el dinero en el bolsillo, nos disponemos a iniciar en serio nuestra visita a Praga.

De camino a la oficina de cambio hemos tenido ocasión de ver la plaza de la ciudad vieja y el famoso reloj astronómico, pero ya los disfrutaremos con calma más adelante. Ahora nos dirigimos al puente de Carlos con la idea de pasear por Malá Strana.

El hambre aprieta, es hora de comer y nos decidimos por Lokal, una tradicional cervecería / local de comidas checo. La comida buena, la cerveza mejor, el precio excelente y, la primera de las sorpresas, el servicio impecable.

Hemos de confesar que íbamos un tanto expectantes y con prejuicios sobre la fama de los camareros y camareras checas, pero, la verdad, nuestra experiencia en este y en todos los lugares donde fuimos fue perfecta. Rápidos, atentos y correctos, no sé qué más se puede pedir.

En Lokal, un escalope de cerdo rebozado (smažený vepřový řízek) acompañado de puré de patatas (Brambor Kase), un gulasch con su guarnición de pan, dos cervezas de medio litro (un tercio de lager, un tercio de negra y un tercio de espuma), nos costó 484 coronas en total.

En los restaurantes checos el servicio no está incluido y es lo normal dejar un 10% sobre el precio para el servicio. La costumbre es decir que lo añadan a la cuenta. Como no sabemos checo, es muy útil llevar algo para escribir y apuntar el total que queremos que cobren en la misma cuenta o en una libretita aparte.
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Con el estómago reconfortado nos dirigimos al Museo Franz Kafka, apenas a unos minutos de donde nos encontramos. No tenemos intención de entrar, es un museo recomendable para seguidores del escritor, pero no es nuestro caso, lo que queremos ver es la fuente de David Černý que se encuentra en su exterior. Un curioso montaje de dos personas orinando sobre el mapa de la República Checa. No es ni la única ni la más extravagante de las obras de Černý que tendremos ocasión de conocer durante nuestra estancia en Praga.

Saliendo del museo aprovechamos para ver una de las curiosidades de la ciudad, la calle más estrecha de Praga, apenas unas escaleras que unen la calle U Luzickeho semiare con el río. Como no caben dos personas han tenido que poner semáforos para regular la circulación por las escaleras. La calle desemboca en la terraza del restaurante Certovka.

Ahora nos acercamos al puente que cruzamos por debajo para dirigirnos al Muro de John Lennon, un atronador bombardeo de colores.
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John Lennon nunca estuvo en Praga, pero desde su muerte ha sido una presencia constante en la ciudad. Pocas horas después de conocerse su asesinato, este pequeño espacio de Malá Strana apareció pintado con su imagen, alrededor de la cual empezaron a proliferar textos reivindicativos, frases de sus canciones y consignas políticas de rechazo al régimen. Las autoridades pintaron varias veces el muro de blanco y llegaron a instalar cámaras de seguridad, pero siempre volvía a aparecer completamente pintado. Al final se rindieron, teniendo que aceptar estos pocos metros cuadrados como un espacio de libertad de expresión dentro de un régimen que consideraba la música de los Beatles como subversiva.

Dejando atrás el Muro de John Lennon recorrimos de nuevo el puente para llegar a la calle Karlova y llegarnos al Klementinum.


En el lugar que ocupa hoy el puente de Carlos se encontraba un antiguo puente de piedra conocido como el Puente de Judit que fue destruido por una inundación en 1342. El rey Carlos IV decidió construir un nuevo puente, la primera piedra del cual se colocó el año 1357, el día 9 de julio, a las 5 horas y 31 minutos, o lo que es lo mismo 1-3-5-7-9-5-3-1, una sucesión nada casual en un rey en extremo aficionado a todo lo sobrenatural.

El hecho de que todas las cifras del nacimiento del puente sean impares es porque se consideraban mucho más favorables, el día elegido tampoco es casual, el 9 de julio de 1357 se produjo una extraordinaria conjunción del Sol con Saturno algo que decidió al rey.

Carlos IV no solamente era amante de lo sobrenatural, también era en extremo místico y muchos detalles del puente lo son en función de su devoción y para nada fruto del azar.

Así, el día del solsticio de verano desde la torre de la Ciudad Vieja se puede ver como el sol se pone exactamente sobre el lugar donde reposa San Vito en la catedral que lleva su nombre. Un espectáculo único en la Europa medieval que atraía a cientos de personas.

No es este el único fenómeno que tiene que ver con la luz y el sol. El mismo día del solsticio de verano, al mediodía, la sombra del pedestal del león de la esfera de la torre de la Ciudad Vieja toca ligeramente el extremo derecho del águila de San Wenceslao lo que se conoce como el "beso de la sombra”.
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El puente y las torres continúan guardando muchos misterios, algunos de los cuales se descubren con el tiempo. En 1978, con ocasión de una obras menores aparecieron debajo del techo de la torre dos frases en latín escritas sin espacios entre las palabras Signate, signate, mere me tangis et angis y Roma, tibi subito motibus ibit amor, ambas frase son palíndromos, se leen indistintamente de derecha a izquierda y viceversa. A pesar de no tener sentido se dice que en ellas se oculta una fórmula de poder, lo que se conoce como la Trampa mágica, un conjuro para proteger a la torre, al puente y a la ciudad. Inscripciones de este tipo eran comunes en edificios religiosos de diferentes partes de la Europa medieval.

Con tanto misterio no podía faltar un fantasma que recorriera el puente, se trata de la mujer del maestro de obras. La leyenda cuenta que lo que los hombres construían durante el día, el diablo lo destruía por la noche. Harto de ello, el maestro de obras pactó con el demonio que, a cambio de dejarle construir el puente, el diablo se llevaría el alma de la primera persona que cruzara el puente. El maestro de obras trató de engañar al diablo pero éste fue más listo y consiguió que la primera persona que cruzara el puente fuese la esposa del maestro.

Desde aquel día el fantasma de la mujer del maestro de obras recorría a medianoche el puente en forma de Dama Blanca, figura muy querida en las leyendas checas, hasta que un día un campesino se apiadó de las quejas del fantasma y le dijo: "¡Que Dios te ayude, almita, y que te dé la paz eterna!" con lo que consiguió que el fantasma encontrará definitivamente la paz.


Paz no es precisamente lo que se tiene al cruzar el puente junto a cientos de personas, pero no hay otra. Somos muchos los que queremos disfrutar de la ciudad.

Una vez pasado el puente tomamos la calle Karlova para llegarnos al Klementinum. A pesar de ser uno de los lugares más abigarrados de Praga, con un poco de paciencia podemos disfrutar de los lugares que esconde, así en el número 2 encontramos el Palacio Colloredo-Mansfeld, con un portal muy bonito. En el número 4, el Museo Johannes Kepler, en la casa donde vivió el astrónomo. En el número 3, el Hotel U Zlaté Studny, un edificio histórico del siglo XVI con la fachada decorada con santos de Bohemia. En el número 18, la Casa de la Serpiente Dorada, donde en 1713 se instaló el primer café de la ciudad. Y finalmente, en la fachada del número 22, está la figura modernista de la princesa Libussa, legendaria fundadora de Praga.

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